Lo anterior puede leerse aterrador, pero la realidad
es así. Es curioso que en un país mayoritariamente cristiano, las personas en
la cotidianidad no ejerzan el mandamiento nuevo que dejó Jesucristo, el de “amarnos
unos a otros”, y que por el contrario, parezca que la preocupación que
guía al grueso de la población sea prácticamente eliminar al diferente, acabar
con la diversidad, reducirla, esconderla.
La niñez y adolescencia son etapas de las que muchos
en general tenemos un buen recuerdo, sin
embargo, para otros no es así, puesto que debieron padecer en sus colegios
burlas y humillaciones por ser simplemente ellos, incluso estas provenientes de
adultos (quienes se suponen tienen el deber de cuidar). Y como si no fuera
suficiente, la discriminación también está presente en las redes sociales, en
la televisión y en la radio...Y nadie protesta ante esto, algo que si sucede
cuando esos mismos medios tratan de generar inclusión, porque parece ser que
para todos es más grave que un reinado le de la oportunidad de participar a una
mujer transexual, y no, que la esperanza de vida de las mujeres transgéneros y transexuales en
Latinoamérica no alcance ni siquiera a los cuarenta (40) años.
Por eso no hay que tenerle miedo a hablar, porque por lo
general se teme o se odia lo que no se conoce, así que hay que educar,
conversar sobre diversidad sexual e identidad de género, hacer bulla, hablarlo
alto, casi que gritarlo, porque muchas personas en verdad le temen a esas
palabras sin saber muy bien que significan.
Uno de los momentos más tristes que he tenido en mi
vida fue cuando varios conocidos marcharon auspiciados por una corriente
política contra un enemigo fantasma llamado “ideología de género”, a pesar de
los malabares que hicieron el mensaje fue bastante claro: marchaban contra la
diversidad no solo de género o de orientación sexual, también contra las
diferentes tipologías de familia existentes, y básicamente contra la educación
sexual, que sabemos o que deberíamos saber abarca mucho más que sexo o
genitalidad, y que es necesaria su implementación en los centros educativos,
tanto de primaria como de secundaria.
Entonces lo tomé personal, porque yo no busco
tolerancia ni aceptación, yo exijo respeto, y no para algunas piezas de mí,
sino para mi totalidad, porque me gusta ser quien soy y como soy. Esos días me di a la tarea de leer a varios en Facebook,
y fue triste ver tanto odio disfrazado de “buenas intenciones”, porque algunos piensan
que la población LGBTI+ está en otro planeta, o “por allá en Europa” o que es
cosa de “ricos” (¡) les cuesta comprender que estamos en todos lados, en todos
los estratos sociales, que no somos alérgicos al campo o a los pequeños pueblos.
Y espero que pronto todos entiendan esto, y que piensen en cómo se sentirían si
supieran que algún hermano, hermana, amigo, amiga, hijo o hija estuviera siendo
ofendido por ser simplemente ellos ¡Qué aburrido sería este
mundo si todos fuéramos una copia exacta! Por ese motivo a la diversidad hay
que abrazarla, no rechazarla.
Y si somos de pueblos pequeños, en lugar de justificar
las prácticas discriminatorias, deberíamos pensar en qué podemos mejorar porque
al fin y al cabo, todos nos conocemos, jugamos, crecimos y estudiamos juntos ¿para qué lastimar a alguien con un
comentario, por qué no cambiar el chip y mirar mejor cómo podemos hacerle la
vida más alegre a los demás? ¿Por qué permitir que alguien tenga una doble vida para complacer a otros o para que estos no "hablen"?
Sueño con que algún día nuestros pueblos ondeen la
bandera arcoíris (¿SE IMAGINAN UNA MARCHA DEL ORGULLO EN SANTA BÁRBARA O EN
SIMACOTA?), con que todos podamos mostrarnos tal y como somos sin ningún temor, deseo que
ningún niño, niña o adolescente viva avergonzado, o se sienta menos simplemente
por no cumplir con las expectativas de los demás.
¿Qué se puede hacer para que lo anterior sea posible? Como Trabajadora social pero ante todo como ser humano, me
comprometo a sentar mi voz de protesta ante cualquier expresión discriminatoria
que detecte, muchas veces por no tener un mal momento uno prefiere no emitir
opinión, pero considero que el silencio en estos casos es cómplice.
Finalmente diré que mientras existan personas que
quieran frenarla, la diversidad debe ser celebrada no solo en junio sino todo
el año, por todos aquellos que sufren por la falta de empatía de quienes los
rodean, porque lo mejor de todo es andar sin máscaras y que a uno se le note lo
que es, porque en este país en el que nos tocó vivir la oportunidad de ser uno mismo debe ser siempre motivo de orgullo.